Un día cuando era muy niño y
bastante pobre, vivía en lo que era un pueblito rural de Patagonia norte;
Plottier, con sus álamos que sonaban a trueno cuando el viento constante
empujaba sus ramas resecas en los largos inviernos, con un tren que pasaba
hacia el oeste por la mañana y en sentido contrario al caer la tarde, la vida
era simple, futbolística y allegada a la naturaleza del lugar. Al concluir el
año 1977 los maestros de la escuela se esforzaban para que pudiésemos hacer un
viaje de egresados a la cordillera distante, mucho más lejos que el modesto
presupuesto que habíamos conseguido en algunas tareas recaudatorias de nuestro séptimo
grado de la escuela N° 60, en medio de esas tareas unas ayudas generosas, sobre
todo de un señor, a medias querido, llamado "Lalo" Herrera puso lo
que hacía falta para concretar el sueño; plata. Me comprometí en la tarea de
avisar a algunos compañeros dispersos en esa geografía de chacras, pastizales y
grandes baldíos, colaboraba con la organización yendo y viniendo, fue en esos quehaceres
que una tarde luego de trotar unos seis kilómetros hasta la casa de una
compañera llamada Mara, reflexioné que lo recorrido equivalía a la altura del
Aconcagua, ciertamente reconocía lo lejos que estaba en todos los
sentidos.
No dejé escapar al tiempo, no cedí al determinismo personal, que no es más que comodidad o pereza. Como pude avancé y retrocedí, aprendí, erré, acerté y fui creando y
aprovechando oportunidades, poniendo toda mi capacidad para cumplir algunos
sueños. Me tomó años recorrer esos seis kilómetros hacia arriba. Me convertí en un experto edificador de ilusiones. Luego;
algunas revelaciones, un mentor, mi entorno, El Profeta, El Loco y algunos
amigos me dieron el empujón final, accedí a las montañas y descubrí muchas
cosas en ellas, aunque el mayor descubrimiento fue la experiencia introspectiva
provocada por el camino para llegar, la marcha interior, los escalones de la
mente y el espíritu que uno debe subir para posicionarse más alto, las cosas de
las que hay que desprenderse para superar los pasadizos estrechos que conducen
a esos instantes de plenitud. En una parte del libro me vas a encontrar con amigos en mi
vigesimocuarta visita a la cumbre del Aconcagua, celebrando, abrazando y llorando, tratando de autoconvecerme que
es la última. En en sus hojas seguramente no encuentres plasmada una obra literaria, tampoco una
sucesión de hazañas, es solo una historia simple, montañística y allegada a la
naturaleza del lugar. Nos vemos en el libro, muchas gracias ...
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