El alpinismo es una actividad que oscila entre lo heroico, lo turístico y lo romántico. Históricamente se ha nutrido de varias fuentes: la exploración, lo deportivo, lo épico, lo lúdico-vivencial y del sentido de aventura. De cuanto se tome de cada una de esas fuentes derivan las características de las prácticas, las expectativas y los méritos.
Otra segmentación identifica claramente bajo la denominación de "comercial" a todo lo que no debe ser, y "deportivo" a lo que, teóricamente queda libre de la mancha pecaminosa del contacto con el dinero. Una satanización injusta del concepto de negocio, que impide una visión amplia, analítica y menos sesgada del abanico que integra el universo del montañismo y desde luego; olvida que relaciones humanas y transacciones comerciales están histórica e íntimamente ligadas, alcanzando casi todos los departamentos de la existencia.
En nuestro caso, hasta una pequeña expedición de amigos tiene aspectos comerciales, ya que deberán pagar por su equipamiento, a sus entrenadores, transportes y a veces otros servicios en la montaña misma. Es cierto que también tratarán de obtener fondos que equilibren las finanzas expedicionarias, para ello; búsquedas de patrocinadores, conferencias, muestras audiovisuales y hasta la publicación y venta de un libro, caben como legítima posibilidad.
Otro ángulo para definir las diferencias de las prácticas, descubre ciertas brechas en el campo de los valores que inspiran las actividades y así es como se distinguen dos grandes segmentos: el guiado y el estilo autónomo que se desarrollan en un contraste evidente y que conviven ocupando un mismo espacio geográfico sin mayores inconvenientes. El turismo activo se consolida a medida que crece el número de clientes ávidos de emociones, ellos legítimamente elijen ceder a terceros la gestión de su seguridad y el confort, tareas resueltas por los guías, dispuestos a gestionar las variables logísticas, técnicas y tácticas para permitirles concretar anhelos y expectativas. Paralelamente se desarrolla otro grupo de personas cuyo desafío es enfrentar las actividades por sus propios medios, con diversos estilos y con autonomía en cuanto a la toma de decisiones, elecciones y acciones. Esta segmentación permanece bastante velada, detrás de campañas publicitarias, marketing personal y otras estrategias de difusión. Solo quienes poseen un mínimo de experiencia pueden diferenciar los méritos, teniendo presente que no es lo mismo tomar decisiones logísticas, técnicas y tácticas uno mismo, que dejar esas cosas en manos de un equipo de profesionales con una relación contractual.
El alpinista enfrenta varios obstáculos no geográficos, como son; el acceso y la imposición de regulaciones a las prácticas. Lo primero tiene origen, en parte, en el ejercicio de derechos de propiedad privada, cuando paredes o montañas se encuentran en esos espacios. En ese caso es necesario negociar directamente con los propietarios de manera individual o agrupados, de cualquier manera no es fácil. También las medidas de protección ambiental como la cupificación y periodización, impiden las actividades, en general son establecidas con buen sentido, y unas pocas veces convenidas con los escaladores, trekkers y/o alpinistas, deberíamos respetarlas en función de la preservación del ambiente de montaña aunque en definitiva limitan el acceso.
Otro escollo que se impone cada vez más, son los intentos de regular las prácticas desde la aplicación de políticas públicas de seguridad ciudadana. El actual modelo de gestión de lo público está en manos de una vanguardia con distinguida capacidad cognitiva, llamada por la historia a reparar las malas elecciones y decisiones equivocas de la población vulgar incapaz de comprender lo complejo del proceso socioeconómico.
Somos los títeres de un sistema de gobernanza que, en general, se desarrolla bajo la idea que la dirigencia debe hacerse cargo del insostenible nivel de ineptitud e incompetencia de lo que despectivamente llaman; "gente común", es decir nosotros. Un arrogante grupo de gente intelectualizada que lo hace público con eufemismos tales como “paternalismo libertario”. Convencidos que solo su iluminada intervención, su demostrada capacidad de comprender "lo complejo" de la realidad, evitará males mayores a los osados e inconscientes, miembros separados de su rebaño.
Han creado una corriente de opinión favorable, incluso en el ambiente del montañismo, muchas personas; trabajadoras y creativas han perdido su autoestima, desconfían de sus propias capacidades, como consecuencia de mandatos, creencias y la opinión pública que consolidan la formación que otorga el sistema educativo que domestica gente para ser buenos empleados, eternos seguidores de iniciativas ajenas, cediendo sus sueños por migajas de seguridad sin resistirse. En este entorno. regulan; imponiendo restricciones que mitiguen la incertidumbre, suavicen la adversidad y eliminen el aislamiento, quitándole la carga de dolor que produce la existencia al “pueblo” sufriente.
Sin un cambio de paradigma en el más profundo sentido del ejercicio de la soberanía individual, de la afirmación de la noción de propiedad de uno mismo, no habrá libertad en la montaña ni en ningún otro lugar, porque la libertad es una conducta que cuando prospera se manifiesta en todos los departamentos de la vida. Sin un compromiso con esa conducta; en lo deportivo, económico, político, social y familiar seguiremos siendo el ganado que arrea esa élite, seremos solo el rebaño que apacentan estos buenos pastores, seguiremos viviendo bajo el pie de los brujos de la tribu, hábiles creadores de palabras e ideas, que sin producir nada, seguirán “defendiéndonos”, “guiando” nuestro destino y cobrando carísimo por ello.
Como sea, el futuro depende de nosotros, de nuestra vocación de recuperar la libertad, haciéndonos personal y totalmente responsables de nuestras decisiones y sus consecuencias, cuando sale bien y cuando sale mal, apegándonos a la verdad aunque a veces duela, sin miedo a perder la tutela de los iluminados del momento.
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