De la frase “montañas libres”,
se desprenden muchas discusiones y opiniones, aunque el significado literal de
esas palabras no dice mucho, porque la libertad es una actitud, una postura,
una disposición o una elección, como uno quiera verlo y todo eso depende de una
toma de conciencia, cosa que las montañas, aun siendo dinámicas y hermosas no
poseen, solo los hombres podemos discernir sobre este tópico, ser libres
significa muchas cosas, aunque serlo en las montañas es bastante simple, porque
allí notamos que las regulaciones interrumpen la libertad y que en la mayor
parte de los casos se presentan como resguardos a nuestra seguridad, salud y/o
integridad física, otras a proteger el ambiente y por ultimo las dificultades
de acceso cuando se deben sortear propiedades privadas, de todas, las que más
crecen y afectan más insidiosamente al montañista son las restricciones, reglas
y limitaciones promovidas por las burocracias cuidadoras que promulgan leyes y
reglamentos aquí y allá, en general en acuerdo con el sector del turismo
activo, debido a que coinciden en el punto de “brindar seguridad”, porque ambos
segmentos dependen de la masividad en función de los votos o los ingresos,
algunas medidas como la prohibición de las actividades invernales, cuando
hay viento o hace mucho calor, la obligatoriedad de contratación de guías y/o
la urbanización de las montañas, responden a esa premisa, dar seguridad; lo que
es bienvenido por un segmento importante de personas temerosas de los riesgos inherentes a las incertezas de
la libertad y ante ello esperan el sosiego de las promesas de seguridad y confort hechas por terceros, en todos los
departamentos de la vida.
Entonces, es posible que el
punto central que constituya la diferencia entre estilos de montañismo;
llamémosle a uno libre o autónomo y al otro regulado o turístico, no sea lo
económico porque ambos son costosos casi por igual, ni los útiles que emplean
porque son básicamente los mismos, tampoco las técnicas que se parecen
bastante, sin embargo, la actitud de los participantes frente a la toma de
decisiones, los valores que animan a cada grupo y por sobre todo, más allá de
cualquier otro aspecto la forma en que gestionan el miedo es ese punto al que
trato de referirme. El autónomo se destaca por su vocación aventurera e
independiente, manifiesta en la aceptación individual de riesgos, en la
coexistencia armoniosa con la incertidumbre cuando planifica la concreción de
objetivos cualitativamente relevantes, para los cuales no sabe si está
completamente preparado o no, porque desconoce muchos detalles y a sabiendas se
someterá a los complejos y azarosos ritmos de los elementos de la naturaleza,
al contacto frontal con lo desconocido, es decir conscientemente “toma riesgos”
que no es lo mismo que “medirlos”. Al tiempo que el “como”, lo que incluye
compromiso, técnicas, vías y medios, determina el sentido cualitativo de su
afición, tal vez dándole sentido deportivo. Mientras que el turista de montaña
se caracteriza por transferir, muchas veces contractualmente, a un tercero la
organización, la logística y las responsabilidades, esperando, cuando no
exigiendo, contención y cuidados de su parte, canjeando lo incierto por un
cronograma escrito, aun si ha elegido una ruta de cierta dificultad. Así, una
expedición autónoma comienza con un proceso selectivo implícito o explicito que
está en el ámbito del desempeño deportivo y condiciones generales para integrar
un equipo en función de un objetivo, aun siendo estrictas las condiciones de
selección se verificarán sanas diferencias; de habilidades, capacidades y
niveles de experiencia, aun así, las decisiones no recaen solo en los más
expertos, aunque tengan la mayor influencia, han de ser tenidos en cuenta todos
los puntos de vista y consideradas las ambiciones incluso de los novatos, los
cuidados y atenciones se proyectan en todas direcciones con una clara
horizontalidad. El abandono de alguno de los miembros incluso los más expertos,
siempre que no sea un caso grave, no implica la cancelación de las acciones ya
que todos los integrantes deben poseer aptitudes operativas y de liderazgo
suficientes. En cambio, en una expedición turística; es el guía quien determina
desde los horarios, el orden de marcha, el camino a seguir y hasta la
suspensión del ascenso por las razones que él determine, mientras que la única
decisión importante que puede tomar un cliente es su voluntad de suspender,
para sí mismo, la actividad, en cuyo caso se le deben garantizar las
condiciones para una evacuación anticipada, rápida y segura, esto muchas veces
genera situaciones difíciles ya que los guías, en su función principal para la
cual han sido contratados que es maximizar los márgenes de seguridad de sus
clientes, no permiten el descenso de un cliente en solitario y si no cuentan con
un asistente, la actividad se cancela para todo el grupo ya que tampoco
“autorizará” que uno o varios continúen el ascenso por su cuenta, cosa que una
persona que ha optado por delegar las decisiones en otro, difícilmente pedirá,
aunque, realmente, si es mayor de edad no tendría ningún impedimento en
continuar por su cuenta y riesgo.
En las recompensas y méritos
también perdura la diferencia, un montañista autónomo obtendrá la satisfacción
y el crédito, a veces compartido parcialmente con los aportes de algún
porteador, cocinero o guardián, también el peso del fracaso si las cosas no
salen según lo planeado. En cambio, un turista tiene solo el mérito de seguir a
otros, no ha tomado decisiones importantes, no ha participado en la
planificación ni ha medido los riesgos siquiera, ha hecho un esfuerzo físico
con el respaldo de la logística impecable de las empresas de turismo activo que
también poseen los instrumentos intelectuales y promocionales para incorporar
dentro de sus productos; el reconocimiento inmerecido de sus clientes
presentándolos al gran público como "montañistas". Ambas opciones son
legítimas por igual, aunque está muy claro que se ha invisibilizado al segmento
del montañismo clásico deportivo, de a poco se ha ido deconstruyendo la imagen,
los argumentos y hasta las tradiciones que sostenían al montañero o al
alpinista y esto repercute en la pérdida de identidad que desarticula a este
grupo, por eso el despliegue del turismo activo encuentra una débil
resistencia, no pasa de críticas mayormente con poca consistencia,
cargadas de contradicciones que oscilan entre reclamos de seguridad al impacto
ambiental y sobre todo, prevalece un sesgo contra los negocios que es común a
mucha gente. Por el contrario, las corporaciones de guías como las cámaras de
empresas del turismo activo, las mismas que ofrecen helicópteros en los
himalayas para acarrear turistas de un campamento a otro, despliegan un
argumento tan consistente y concordante culturalmente que define el relato
montañero del siglo XXI, desplazando los viejos discursos de épica, valentía,
arrojo y compromiso por unos aceptables testimonios de seguridad,
previsibilidad, confort y contención. Apoyados en ello operan para apoderándose
del universo del montañismo, aportando ideas y acciones congruentes para
establecer su control sobre las operaciones en la mayor parte de las montañas
del mundo. Los clubes que uno supondría debieran ser la
institucionalización del montañismo autónomo clásico, no lo son, apenas un
puñado a nivel mundial mantiene una posición clara al respecto y los demás
mayormente se comportan como operadores de turismo activo organizando salidas y
excursiones guiadas, solo que en algunos casos lo hacen a menor precio que una
compañía del rubro.
Insisto en este tema, a pesar
de haberlo dicho de mil maneras, porque es asombroso el avance de la confusión
que es una táctica vieja que indica que el punto de partida de este fenómeno
está lejos de las montañas y se articula con los hábitos de los constructores
de poder que son extremadamente influyentes en la vida de los simples mortales
como nosotros, es sabido, que controlar es la mejor herramienta para edificar
esas posiciones de privilegio que un grupo de personas desea al punto de
dedicar su vida a ello. El poder es control y para establecerlo y consolidarlo
lo mejor es dar, lo que sea, cosas, dinero, empleo y también, aunque parezca
extraño, en la consumación del paternalismo, se verifica que dar
permiso y dar reconocimiento, son las más efectivas, rentables y duraderas herramientas,
por ello, las más empleadas alrededor del mundo, instituir regulaciones,
secretarías, oficinas, carnets, restricciones, habilitaciones y/o
certificaciones es parte de esa práctica que es recibida con beneplácito por un
segmento mayoritario de personas obedientes, dóciles y leales que han sepultado
por generaciones su iniciativa propia y permanecen a la espera de la
venia, de alguno de estos señores, que les permita hacer lo que bien podrían
hacer por su cuenta y riesgo sin depender de la aprobación de otros, como lo
dice la Constitución Nacional Argentina y varias otras, por ejemplo.