....................................... Viaje al interior de una expedición

viernes, 13 de mayo de 2022

I N S I S T O ...

 


De la frase “montañas libres”, se desprenden muchas discusiones y opiniones, aunque el significado literal de esas palabras no dice mucho, porque la libertad es una actitud, una postura, una disposición o una elección, como uno quiera verlo y todo eso depende de una toma de conciencia, cosa que las montañas, aun siendo dinámicas y hermosas no poseen, solo los hombres podemos discernir sobre este tópico, ser libres significa muchas cosas, aunque serlo en las montañas es bastante simple, porque allí notamos que las regulaciones interrumpen la libertad y que en la mayor parte de los casos se presentan como resguardos a nuestra seguridad, salud y/o integridad física, otras a proteger el ambiente y por ultimo las dificultades de acceso cuando se deben sortear propiedades privadas, de todas, las que más crecen y afectan más insidiosamente al montañista son las restricciones, reglas y limitaciones promovidas por las burocracias cuidadoras que promulgan leyes y reglamentos aquí y allá, en general en acuerdo con el sector del turismo activo, debido a que coinciden en el punto de “brindar seguridad”, porque ambos segmentos dependen de la masividad en función de los votos o los ingresos, algunas medidas como la prohibición de las actividades invernales, cuando hay viento o hace mucho calor, la obligatoriedad de contratación de guías y/o la urbanización de las montañas, responden a esa premisa, dar seguridad; lo que es bienvenido por un segmento importante de personas temerosas de los riesgos inherentes a las incertezas de la libertad y ante ello esperan el sosiego de las promesas de seguridad y confort hechas por terceros, en todos los departamentos de la vida.  



Entonces, es posible que el punto central que constituya la diferencia entre estilos de montañismo; llamémosle a uno libre o autónomo y al otro regulado o turístico, no sea lo económico porque ambos son costosos casi por igual, ni los útiles que emplean porque son básicamente los mismos, tampoco las técnicas que se parecen bastante, sin embargo, la actitud de los participantes frente a la toma de decisiones, los valores que animan a cada grupo y por sobre todo, más allá de cualquier otro aspecto la forma en que gestionan el miedo es ese punto al que trato de referirme. El autónomo  se destaca por su vocación aventurera e independiente, manifiesta en la aceptación individual de riesgos, en la coexistencia armoniosa con la incertidumbre cuando planifica la concreción de objetivos cualitativamente relevantes, para los cuales no sabe si está completamente preparado o no, porque desconoce muchos detalles y a sabiendas se someterá a los complejos y azarosos ritmos de los elementos de la naturaleza, al contacto frontal con lo desconocido, es decir conscientemente “toma riesgos” que no es lo mismo que “medirlos”. Al tiempo que el “como”, lo que incluye compromiso, técnicas, vías y medios, determina el sentido cualitativo de su afición, tal vez dándole sentido deportivo. Mientras que el turista de montaña se caracteriza por transferir, muchas veces contractualmente, a un tercero la organización, la logística y las responsabilidades, esperando, cuando no exigiendo, contención y cuidados de su parte, canjeando lo incierto por un cronograma escrito, aun si ha elegido una ruta de cierta dificultad. Así, una expedición autónoma comienza con un proceso selectivo implícito o explicito que está en el ámbito del desempeño deportivo y condiciones generales para integrar un equipo en función de un objetivo, aun siendo estrictas las condiciones de selección se verificarán sanas diferencias; de habilidades, capacidades y niveles de experiencia, aun así, las decisiones no recaen solo en los más expertos, aunque tengan la mayor influencia, han de ser tenidos en cuenta todos los puntos de vista y consideradas las ambiciones incluso de los novatos, los cuidados y atenciones se proyectan en todas direcciones con una clara horizontalidad. El abandono de alguno de los miembros incluso los más expertos, siempre que no sea un caso grave, no implica la cancelación de las acciones ya que todos los integrantes deben poseer aptitudes operativas y de liderazgo suficientes. En cambio, en una expedición turística; es el guía quien determina desde los horarios, el orden de marcha, el camino a seguir y hasta la suspensión del ascenso por las razones que él determine, mientras que la única decisión importante que puede tomar un cliente es su voluntad de suspender, para sí mismo, la actividad, en cuyo caso se le deben garantizar las condiciones para una evacuación anticipada, rápida y segura, esto muchas veces genera situaciones difíciles ya que los guías, en su función principal para la cual han sido contratados que es maximizar los márgenes de seguridad de sus clientes, no permiten el descenso de un cliente en solitario y si no cuentan con un asistente, la actividad se cancela para todo el grupo ya que tampoco “autorizará” que uno o varios continúen el ascenso por su cuenta, cosa que una persona que ha optado por delegar las decisiones en otro, difícilmente pedirá, aunque, realmente, si es mayor de edad no tendría ningún impedimento en continuar por su cuenta y riesgo.



En las recompensas y méritos también perdura la diferencia, un montañista autónomo obtendrá la satisfacción y el crédito, a veces compartido parcialmente con los aportes de algún porteador, cocinero o guardián, también el peso del fracaso si las cosas no salen según lo planeado. En cambio, un turista tiene solo el mérito de seguir a otros, no ha tomado decisiones importantes, no ha participado en la planificación ni ha medido los riesgos siquiera, ha hecho un esfuerzo físico con el respaldo de la logística impecable de las empresas de turismo activo que también poseen los instrumentos intelectuales y promocionales para incorporar dentro de sus productos; el reconocimiento inmerecido de sus clientes presentándolos al gran público como "montañistas". Ambas opciones son legítimas por igual, aunque está muy claro que se ha invisibilizado al segmento del montañismo clásico deportivo, de a poco se ha ido deconstruyendo la imagen, los argumentos y hasta las tradiciones que sostenían al montañero o al alpinista y esto repercute en la pérdida de identidad que desarticula a este grupo, por eso el despliegue del turismo activo encuentra una débil  resistencia, no pasa de críticas mayormente con poca consistencia, cargadas de contradicciones que oscilan entre reclamos de seguridad al impacto ambiental y sobre todo, prevalece un sesgo contra los negocios que es común a mucha gente. Por el contrario, las corporaciones de guías como las cámaras de empresas del turismo activo, las mismas que ofrecen helicópteros en los himalayas para acarrear turistas de un campamento a otro, despliegan un argumento tan consistente y concordante culturalmente que define el relato montañero del siglo XXI, desplazando los viejos discursos de épica, valentía, arrojo y compromiso por unos aceptables testimonios de seguridad, previsibilidad, confort y contención. Apoyados en ello operan para apoderándose del universo del montañismo, aportando ideas y acciones congruentes para establecer su control sobre las operaciones en la mayor parte de las montañas del mundo. Los clubes que uno supondría debieran ser la institucionalización del montañismo autónomo clásico, no lo son, apenas un puñado a nivel mundial mantiene una posición clara al respecto y los demás mayormente se comportan como operadores de turismo activo organizando salidas y excursiones guiadas, solo que en algunos casos lo hacen a menor precio que una compañía del rubro.



Insisto en este tema, a pesar de haberlo dicho de mil maneras, porque es asombroso el avance de la confusión que es una táctica vieja que indica que el punto de partida de este fenómeno está lejos de las montañas y se articula con los hábitos de los constructores de poder que son extremadamente influyentes en la vida de los simples mortales como nosotros, es sabido, que controlar es la mejor herramienta para edificar esas posiciones de privilegio que un grupo de personas desea al punto de dedicar su vida a ello. El poder es control y para establecerlo y consolidarlo lo mejor es dar, lo que sea, cosas, dinero, empleo y también, aunque parezca extraño, en la consumación del paternalismo, se verifica que dar permiso y dar reconocimiento, son las más efectivas, rentables y duraderas herramientas, por ello, las más empleadas alrededor del mundo, instituir regulaciones, secretarías, oficinas, carnets, restricciones, habilitaciones y/o certificaciones es parte de esa práctica que es recibida con beneplácito por un segmento mayoritario de personas obedientes, dóciles y leales que han sepultado por generaciones su iniciativa propia y permanecen a la espera de la venia, de alguno de estos señores, que les permita hacer lo que bien podrían hacer por su cuenta y riesgo sin depender de la aprobación de otros, como lo dice la Constitución Nacional Argentina y varias otras, por ejemplo.   

sábado, 29 de mayo de 2021

ANIVERSARIO, SUERTE Y DESPEDIDA

 


El 29 de mayo de 1953 Edmund Hilary y Tensing Norgay coronaban, al pisar la cumbre del Mt. Everest, un par de meses de esfuerzos de un formidable equipo coordinado con maestría por Sir John Hunt. Hoy conmemoramos 58 años de aquel hecho y hoy mismo; dos grandes alpinistas de los tiempos modernos están descendiendo después de permanecer aislados a más de 7000 metros en una escarpada pared del Baruntse de 7.162 metros sobre el nivel del mar. Realizaron una escalada en estilo alpino de alto nivel de dificultad y exposición. Alcanzaron la cumbre el 25 de mayo y fueron atrapados, no sorpresivamente, sino obligadamente por el ciclón Yaas, la situación de estos dos hombres Marek Holecek de 46 y Radoslav Groh de 32 años, trascendió el ambiente del montañismo para alcanzar a la prensa global que aprovechó el hecho para crear una noticia que satisfaga las ansias y demandas de un público sediento de catástrofes y penares varios.


Pero lo hecho por estos checos es la excepción, los ecos de esta temporada en los himalayas confirman la descomposición y paulatina desaparición del alpinismo clásico, tal cual lo anticipado por algunos, entre ellos yo, que en un posteo titulado: “Explosión mediática por cumbre en el Everest” comentando el ascenso de Mercedes “Tety” Sahores en 2009, dije:


Las expediciones comerciales han creado un nuevo etilo, algo más parecido a una carrera de aventura que a una expedición. Sumándole conocimientos, medios y servicios, hacen parecer más accesible aquello que a sir Edmun Hilary y a Tenzing Norgay los dejó casi sin aliento. La montaña es la misma y las personas no hemos evolucionado casi nada desde el punto de vista motriz, desde aquel 29 de mayo de 1953. Si, han cambiado los equipos y la vestimenta, pero sobre todo las ideas, esta nueva tendencia que traslada una superabundancia de medios, desarrolla un conocimiento pormenorizado de cada metro de las rutas, asistidos por sistemas satelitales, de comunicación, información geográfica y meteorológica, valiéndose de la apertura de huellas, instalación de escaleras y cuerdas fijas realizadas por terceros contratados al efecto, todo para preparar el camino a los clientes de las empresas y desde luego para los pocos montañistas deportivos que en marcada minoría concurren a los objetivos más accesibles y a la vez más comercializados de los Himalayas.


Lo cierto es que lamentablemente no me equivocaba en absoluto. Hace unos días Carlos Soria el octogenario alpinista español que trataba de alcanzar la cumbre del Dhaulagiri, la séptima montaña más elevada del mundo, en su afán de completar los ascensos de los 14 ochomiles, siendo este, el ultimo que le resta para tal hazaña. En declaraciones hechas desde el campo base hizo referencia a las novedosas condiciones que imperan en los ochomiles a partir de esta temporada, pandemia y vacunación mediante, los cambios operan en las formas de ascenso debido a un incremento de las operaciones de guiado a gran escala, que claramente imponen condiciones en su tarea principal que es facilitar la ruta para sus clientes, muchas veces sin ningún tipo de experiencia, al punto que pagan extra para que les cambien un puño jumar de un lado al otro del nudo. El producto montañismo nació en los Alpes hace unos doscientos años, de la mano de campesinos, buscadores de gemas y/o cazadores, que poblaban los valles de Francia y Suiza principalmente y luego de todo el arco alpino que devinieron en guías, legítimamente motivados por el irresistible incentivo de las valiosas Libras de los señores británicos en su impetuoso deseo de conquista de las cumbres alpinas. La actividad tuvo un pulso de innovación y expansión en los años sesenta cuando se trasladó a los himalayas a propósito de la fundación de Mountain Travel Nepal la primera operadora de turismo activo de Asia y finalmente en los primeros años del siglo XXI con la consolidación de un numero creciente de empresas operando en varios ochomiles, siendo el principal escenario de negocios, practicas a aprendizajes el monte Everest. Desde el desastre del ’96, muy bien descripto por Jon Krakauer en su libro Mal de altura, a la fecha, solo se ha visto un incremento significativo de la demanda y un incesante perfeccionamiento de las capacidades operativas de las empresas y la aparición y crecimiento de las operadoras nepalesas que están tomando el control del negocio de llevar clientes a las cumbres, hecho que constituía los sueños distantes y poco probables de grandes alpinistas formados en extensas carreras deportivas desarrolladas en las montañas del arco alpino, los Andes, Alaska u otros rincones ríspidos del mundo.


En esta temporada, Carlos Soria lo cuenta, esta nueva corriente de turistas físicamente fuertes, al llegar a Katmandú preguntan en las agencias en que montañas están montadas las cuerdas fijas, para adquirir varios permisos a fin optimizar el tiempo para probar suerte en varios ochomiles a la vez, mas allá que no sepan distinguir entre Annapurna y Makalu. Una ética que solo valora el resultado, los habilita para usar el máximo de medios disponibles, incorporando los helicópteros, a la altitud que de la capacidad de los pilotos y las ambiciones de los empresarios alcancen. Así pasó con el taiwanés Lu Chung-Han en abril, que ordenó un helicóptero al campo tres del Annapurna para apurar el viaje a Katmandú y las comodidades del hotel para estar mejor preparado con vistas a afrontar el ascenso del Dhaulagiri en lo inmediato. Esto ha pasado, este es el cambio y un punto de inflexión fue el ascenso invernal al K2 promocionado por entre otros por Nirmal Purja quien hace dos años alcanzó la cumbre de los 14 ochomiles en poco más de 180 días, abriendo a la mente de muchos, la posibilidad de aprovechar una temporada para una hazaña similar.


En el Everest de la pandemia, aun con Covid positivo en el campo base para muchos, se vivió otra orgia de cumbres, unas 400 personas con una tasa de sherpas muy por encima de la media, algo así 1,9 a 1, es decir casi el doble de sherpas que occidentales, entre los que también hay muchos guías europeos, norteamericanos y de algunos otros países de occidente, lo que deja el porcentaje de clientas bastante por debajo de la mitad, es decir más de dos empleados para cada turista, esos son los cambios que se esperaban porque ese es el montañismo moderno.    


Es media tarde en el norte de la Patagonia, a esta hora tal vez Marek y Radoslav ya estén en su campo base donde los esperaban otros dos hombres, ellos no pidieron rescate y enfrentaron las circunstancias siguiendo viejas tradiciones. En unos días sus nombres y su historia se habrán olvidado, tuvieron su momento Tik Tok y se pasaron los dos minutos de lo que hoy es un largometraje, tan rápido va todo que el Comité Olímpico le puso velocidad a la escalada, oficializando una práctica pagana creada por los inventores de los Extrem Games de ESPN. Es natural oponerse irracionalmente a los cambios y es una actitud que habitualmente recibe muchas críticas, pero también lo es seguir la corriente, ir detrás de los pasos de la mayoría recostándose en la comodidad de formar parte de los espacios comunes. Un balance entre ambas posturas también es difícil. Se que casi con seguridad el alpinismo clásico, con su contenido evidente de toma de riesgo, incertidumbre, peligro, adversidad y poca cosmética sea cada vez más marginal, porque cada vez la civilización se dirige a hacia estructuras más severas de protección, que no son otra cosa que control más estricto. Para terminar con este breve escrito, en estos días que me parecen una película, una en la cual tener un termómetro en la mano te da más poder que empuñar un arma de fuego, les dejo un párrafo del libro: Una breve historia del futuro, de Jacques Attali, quien dice que un futuro cercano las compañías de seguros, conquistarán gran parte del poder financiero mundial:


“no solo exigirán que sus clientes paguen sus primas, sino que verificarán además que se ajusten a unas normas para minimizar los riesgos que tendrán que cubrir llegando progresivamente a dictar normas planetarias… penalizarán a los fumadores, a los bebedores, a los obesos, a los que no puedan obtener un empleo, a los desprotegidos, a los agresivos, a los imprudentes, a los torpes, a los distraídos, a los derrochadores. La ignorancia, la exposición al riesgo, al despilfarro, la vulnerabilidad, se considerarán como enfermedad”.


Buenos ascensos y escaladas.

 

miércoles, 3 de marzo de 2021

La Ramada, expedición, pandemia y terremoto..

 
  
¡Al aire¡, sale columna o programa, hablar es fácil, crear un personaje no tanto y sostenerlo menos, hago radio, hago esto mientras recuerdos frescos de la última expedición ocupan mi memoria.

Actualmente, en las montañas, es dificil encontrar expediciones de montañeros, de entusiastas, de aficionados al alpinismo. La falta de interés en proyectos que no sean excursiones seguras y controladas, la búsqueda de resultados rápidos o inmediatos y una marcada declinación de la voluntad de tomar riesgos, imponen una nueva realidad a estas actividades. Ha llegado la sanitización del alpinismo por ponerle un nombre actualizado.

Como no queda mucho por explorar, la aventura, ese viaje que se sabe cuándo empieza pero nunca cuándo ni cómo termina, se ha convertido en una elección, una opción en la se debe dejar de lado, medios, tecnología e información. En contraste, existe un segmento bien desarrollado de empresas de turismo activo, cuyos profesionales y sus cleintes ocupan el lugar de aquellas expediciones que añoro, estas empresas muy bien preparadas, con logistica impecable y medios cuantiosos han llegado para domesticar las montañas y convertirlas en lo posible en un prodicto de consumo masivo, trabajando muy duro para para cumplir con una promesa de riesgo cero, en la mayor parte de las montañas del mundo. También es cierto que la actividad de ascenso y mucho más la escalada, han evolucionado de manera exponencial desde el punto de vista motriz, nuevas disciplinas como la escalada deportiva o el trail runing empujan los límites de muchos deportistas y de una u otra manera tienen transferencia a las actividades de montaña, más dificultad, más velocidad, niveles de alto rendimiento que se alcanzan de la mano de nuevas interpretaciones a la luz de la ciencia del deporte las han ido separando de la bohemia, de los mapas amarillentos y de las pipas humeantes de tabaco fumado en exquisitos y extravagantes clubes de exploradores. Para bien o para mal, en nuestro club, estamos mucho más cerca de lo conocido convencionalmente como deporte que otra cosa, es que institucionalmente es más fácil mensurar los tiempos, las alturas, dificultades y pulsaciones que las sutilezas y subjetividades de la vivencia espiritual y reveladora montañera, en nuetras instalacones solo se entrena o aprende, dos veces al año alguna fiesta unos eventos de entrenamiento muy poco disfrutables y un par de encuentros para presenciar exposiciones, lo demás es transpiración. Pensamos que las salidas están mucho mejor administradas por las agencias de turismo activo.

Teniendo en cuenta que es complicado justificar la razón de existir de estas actividades, que incluyen esfuerzos, gastos, privaciones y riesgos sin muchas más razones que satisfacer el ego de personas que, además, ocasionalmente nos sentimos muy especiales, porque invertimos en largos traslados en: aviones, camionetas y/o mulas o caballos y también sostenemos la producción de millones de objetos de toda clase para satisfacer un mercado numéricamente creciente, cada vez más exigente y como consecuencia de todo esto: clubes, agencias, particulares independientes y otros desarrollan con esfuerzo y creatividad creciente “el producto montaña” consolidando un mensaje publicitario y las condiciones intelectuales, materiales y logísticas para llenar las montañas de clientes ávidos de experiencias confortables y seguras, este conglomerado cultural y comercial crece a la par del sistema de producción y consumo global, dejando su huella en los rincones más remotos del mundo, todo legitimado por el merecido disfrute. El lucro, las posibilidades laborales y la generación de recursos son argumentos validos para la intervención que hacen distintos grupos en las montañas, algunos con objetivos más prácticos, concretos y útiles como criar ganado, construir obras de regadío o extraer minerales. Sus trabajos generan frutos que se derraman en un beneficio para millones de personas, el montañismo es un poco menos productivo en términos económicos.

Nosotros cada año nos entrenamos con un programa sistemático, intenso y especifico, para ello convocamos a los deportistas vinculados a la Asociación para ser parte de un test y a partir a allí elaborar y poner en práctica un programa anual, dentro del que hay unos requerimientos de desnivel positivo que implican que los participantes concurran a algunas montañas en las cuales pueden completar ese requerimiento, lo implementamos desde hace cuatro años y los logros están a la vista con buenos resultados, aunque en 2020 todo se complicó, cuarentena de por medio completamos algunos test, tuvimos muchas dificultades para hacer el seguimiento, pocas posibilidades de salir a las montañas y un decaimiento significativo del estado de ánimo y la motivación hicieron que el grupo se diluya, que unos cuantos abandonen, muchos busquen otras alternativas deportivas y de a poco fuimos quedando solo los más entusiasmados, como pasa siempre, pero esta vez debimos superar muchas más dificultades porque tuvimos que entrenar como pudimos, a veces en modo stealth, escondidos como delincuentes, otras escapando de la burbuja barrial para ir a más quinientos metros de nuestras casas, el muro cerrado por varios meses, los impedimentos para reunirnos, varios nos quedamos sin ingresos o los vimos mermar de manera alarmante, las peripecia financieras institucionales y el legitimo miedo que se desprendía de una campaña nunca antes vista. Hicimos lo que pudimos y pusimos en marcha el plan de entrenamiento ROpEx de forma más simbólica que real.

El programa contempla un cierre con un entrenamiento más relevante, el “fondo extremo” una expedición a alguna montaña sin dificultad técnica donde probar el alcance de los entrenamientos y ver como funcionan los deportistas del Team ROpEx. Habiamos puesto nuestras intensiones en una 360 al Aconcagua y al fin el gobierno de Mendoza decidió no permitir el acceso a esa montaña, por cuestiones sanitarias y para protección de los montañistas. Sin eso, en octubre, un poco tarde, pusimos la esperanza en los andes de San Juan, creamos así: “La ramada expedición” con un ambicioso objetivo de ascender tres seismiles en veinte días, La Ramada, Alma Negra y Mesa. Esa decisión puso norte a nuestros esfuerzos y trajo motivación a los entrenamientos, hasta hicimos unos intentos de encontrar sponsor y como acto casi chamánico el 31 de diciembre entrenamos y nos despedimos tomando cerveza como forma de dar por concluido un año muy problemático, patético, que nos dejó un montón de problemas para este, pero se terminaba al menos un almanaque ese día.

Nos reunimos varias veces, salimos a practicar algunas cosas, no pudimos ir mucho a las montañas, una compañera del equipo, Gaby, debió cancelar su participación por problemas de salud de último momento. Finalmente el 16 de enero, temprano, salimos para San Juan, unos mil doscientos kilómetros con una escala en Mendoza y desde allí a Barreal de paso por Uspallata. Una vez en marcha, los diez que viajábamos compartíamos sensaciones extrañas, cierta incredulidad, alegría, liberación, sentido de fantasía y angustia frente a las dificultades y controles que auguraba el camino, la montaña aun estaba muy lejos, la ruta nos regalaba muchas sorpresas, nos detuvimos un par de veces y de a poco nos acercábamos.

En tres vehículos, Pocho, Sandra y Santi en una camioneta con caja, Angelito, mi compadre, Lea y Tear en una Duster y Euge, Juli, Emir y yo en el RAV 4 de Euge. A media tarde nos detuvimos bajo el arco de bienvenida a Barreal, el 17 de enero de 2021 con temperatura agradable y sin reservas. Primero miramos las montañas nevadas que se elevaban sobre el piso reseco y pedregoso de esa región azotada por un sol tan luminoso como implacable. Buscamos y rápidamente encontramos un hostel con un patio, sombra y estacionamiento. Bajamos la carga de los vehículos, con unas latas de cerveza hicimos más confortable la organización del equipo y la preparación de las cargas para las mulas, llamamos a Jonatán, el hombre de las mulas, ya que necesitaríamos varias para llevar nuestra comida y equipos al campo base llamado Pirca de Polacos en el valle del Colorado Superior por haber acampado allí la expedición de Víctor Ostrowski en 1934. El plan era ir en vehículo pasando por el puesto de Gendarmeria General Álvarez Condarco, de allí a Las Hornillas y continuar por un camino minero que nos dejaría cerca de la curva más importante del rio Colorado, desde ese punto empezaríamos la marcha alcanzando rápidamente un lugar conocido como Los Corredores, estábamos a medias convencidos porque nos habían hablado de lo complicada de esa sección de camino.

Nos saludamos, todo quedó arreglado rápido y tuve la impresionante sorpresa de saber que este joven arriero era el nieto de Don Peluncho Tello, a quien en una nota que escribí en enero de 1989, a mi regreso del ascenso de la Sur del Mercedario junto a Yves Haenggi, llamé “una leyenda con sombrero”, aquel hombre gaucho por donde se lo mire, precedido por alguna reputación secreta que espantaba a mucha gente, fue nuestro soporte en la aproximación hecha en tiempos muy diferentes, el turismo activo aun no arribaba a estas latitudes, los glaciares alcanzaban alturas mucho menores, era más probable encontrarse con cazadores de guacos que con montañistas, nosotros éramos jóvenes y apuestos, más fuertes, más ambiciosos y con muchísimos proyectos. Para mi particularmente era el comienzo de unos de los años más conmovedores de mi vida, me imaginaba lo que venía y por eso aprovechaba cada hora al máximo. Enero de 1989, era el primer acto de una de esas debacles socioeconómicas que asolan estas tierras sureñas desde tiempos inmemoriales, escaseaba la plata, la energía eléctrica, abundaban los paros y se anunciaba una tormenta de proporciones bíblicas. Recibimos la valiosa y desinteresada asistencia del Club Andino Mercedario que nos permitió dormir en su sede sin costo alguno, así pudimos instalarnos dos días en San Juan para comprar los insumos y tratar infructuosamente de contratar las mulas para la aproximación, el presupuesto que nos dio un señor de dos apellidos, que no recuerdo, pero que sonaban a tiempos de la independencia nos asustó y decidimos partir con la esperanza de conseguir algo en Barreal, sobre todo, porque los montañistas del club que conocimos, nos dieron algunos datos, entre ellos el nombre de Don Peluncho.

Aquella vez llegamos a Barreal en colectivo con escala el Calingasta, una vez instalados en el camping municipal no nos costó encontrarlo, su nombre estaba adherido a mucho signos de exclamación, algo así como: ¡¡¡ Don Peluncho Tello ¡¡¡¡¡ acompañado de unas miradas al cielo de los interrogados. El hombre era una figura en un pueblo bastante inaccesible de no más de mil habitantes. Un accidente con el caballo en la avenida principal, su paso por el cine como extra de algunos westerns que se filmaron allí, aprovechando el paisaje desértico que va de la Pampa del Leoncito al pie de las montañas, su figura esbelta, sus ojos claros y sus habilidades de jinete de las ligas superiores, todo eso lo hacía una celebridad, pero quedaba algo que no estaba completamente claro para nosotros y no nos atrevíamos a preguntar por simple discreción de forasteros. Nos pusimos de acuerdo con él, acordamos precio y lugar de reunión en Las Hornillas y una mañana de madrugada partimos en una camioneta de fletes para esperarlo en el lugar indicado a donde llego al caer la tarde con su caballo, dos mulas y el perro Jonny, que casi pierde el cuero cuando osó intentar robar un chorizo de la parrilla. La aproximación repleta de anécdotas y comentarios inolvidables como cuando uno de nosotros dijo: “que hambre tengo” y Peluncho acomodándose la bolsa del ano contra natura sentencio: “hambre se siente recién después de tres días de no comer” o “frio; frio hizo en el paso - nombre olvidado por mi – cuando nevó y en una sola noche se nos murieron once caballos” como comentario a nuestras alusiones que se estaba poniendo fresco.

Estábamos al lado de un gaucho genuino que manejaba el lazo con maestría, había enlazado a un italiano que se lo llevaba el rio Colorado unas temporadas antes, lo contó acotando al final del comentario, “no entiendo la gente que sale a penar por ahí”, haciendo una alusión a los que no están bien preparados para esas situaciones. Dominaba todas las artes del arriero y también era un gran domador. Por lo de demás, fue una expedición con un terremoto al iniciar el ascenso un viernes de enero, un ascenso formidable y más cosas que son parte de otra historia. Finalmente, fue Jonatán quien me dio la información que necesitaba para dejar las especulaciones hechas con Yves y entender finalmente, pasados más de treinta años, las exclamaciones y las miradas al Altísimo de los viandantes y vecinos de Barreal, que en el interior de sus casas de barro, donde se cocina pan casero, semitas y se comparten viejas historias, murmuraban que el éxito de Peluncho, que no temía a la noche, ni a las tormentas, que había pasado arreos por quebradas imposibles y que hasta los hombres de Hollywood admiraron, se debía, ni más ni menos que un pacto con el Diablo, he ahí el respetuoso recelo que causaba solo el pronunciar su nombre. Esto me pareció bastante familiar y genial. Más aun, saber que aun estaba viva esa leyenda con sombrero me trajo una reconfortante sensación.

Me contó que su abuelo había perdido la vista y que ya anciano era cuidado por sus familiares, le prometí fotos y un relato para que comparta con él, después le mostré nuestros transportes y cuando Jonatán los vio, ninguno 4x4, su mirada fue tan elocuente que dio por concluida la idea del camino minero, por lo tanto optamos por ir a Santa Ana. El cambio de planes no era significativo y estábamos allí por una aventura así que lo asimilamos como parte de lo imprevisible que integra estos eventos.

Nos preparamos el desayuno y salimos a media mañana, avanzamos por caminos de tierra muy bellos y desafiantes, nos costó encontrar el puesto de Gendarmería porque nos pasamos de largo y debimos vadear dos veces el mismo rio, el Blanco de ida y vuelta, unos mineros cuyo aspecto nos dio mucha confianza, recias camionetas, barbas tupidas y mirada segura nos mandaron a dar la vuelta por el Mercedario para llegar a nuestro destino, suerte que no le hicimos caso o aun estaríamos caminando, “penando” como diría don Peluncho, así que volvimos, otro joven que acompañaba unas maquinas viales nos confirmó que habíamos pasado de largo y nos dijo que íbamos con buen rumbo. Fuimos por la costa Este del rio Colorado y después de transitar por el camino, cuya superficie claramente no es la de un villar, enfrentamos el último vado, el del Colorado con su agua tronante y amenazante, lo encaré con la RAV-4 que tiene tracción delantera, de acompañante Euge con expresión preocupada, es la propietaria. Como tiene caja automática, puse la palanca en un punto identificado con una “L”, aceleré, el agua bañó el capot, golpeo en las piedras del fondo del rio, no soy un experto en estos temas pero lo hicimos bien, estábamos al otro lado y uno a uno pasamos los tres vehículos. El puesto de Santa Ana es un oasis en el más estricto sentido de la palabra, álamos y sauces interrumpiendo el marón austero de las sequedades que definen estéticamente a la cordillera de los Andes centrales, ese puesto es una avanzada de la Gendarmería y en sus alrededores pastan las mulas con las que los miembros de la fuerza recorren los caminos quebrados de la frontera con Chile. Estacionamos con muchas dificultades porque el piso estaba inundado, nos bajamos, nos embarramos, nos resbalamos y después entramos a las instalaciones. Saludamos, nos recibieron dos gendarmes muy hospitalarios, nos presentamos y contamos nuestros planes; ellos, con la pericia de la gente de está educada para controlar gente, indagaron discretamente, cosa que se agradece, nuestras capacidades de operar en esos terrenos, las respuestas fueron satisfactorias y pasamos a escuchar la naturaleza y contenido de una declaración jurada, después, cada uno de nosotros firmó el deslinde de responsabilidad y aviso de cuanto podíamos encontrar en esas montañas. Particularmente estoy de acuerdo con los criterios de exigir responsabilidad, porque sin responsabilizarse no se puede aspirar a la libertad de acción, entonces lo teníamos bien claro; de allí para adelante contábamos con su asistencia, porque en ningún momento nos negaron eso, pero éramos absolutamente responsables de cuidarnos lo más posible y ser cautelosos en nuestras decisiones, además de unas cuantas recomendaciones de medio ambiente y patrimonio cultural.

Estacionamos los coches en un lugar que no estorben, nos despedimos de los gendarmes, de Jonatán que saldría al otro día, cargamos las mochilas y empezamos a caminar bajo el sol abrazante del paralelo 31° S. Empezar siempre es difícil, después de casi un año sin actividad comprometida de montaña más difícil, hay que acomodar el paso, la carga y soportar las correas de las mochilas, tomó tiempo y dolió un poco. Costaba y gustaba a la vez, de a poco fuimos ingresando en el universo algo fantástico de una expedición. Dejando atrás lo que cada día nos ocupa, al menos, postergamos lo que nos preocupa, empezamos a pensar en otros problemas, como cruzar el rio, donde dormir, evaluamos el color de las nubes que cubrían el fondo del valle, preguntándonos: lloverá o no lloverá?, el agua de este río de leche chocolatada la deberemos tomar?. Todos los de la expe, excepto Eugenia, éramos más bien expertos, todos incluyendo a Juli que a sus 19 años ya ha participado en varias expediciones y un enero antes había alcanzado, en una sola expe la cumbre del Plata y del Aconcagua, pero por repetida que sea la experiencia, igual uno se pregunta cosas y necesita un rato, unas horas o un día para encontrar su ritmo, su punto de conexión.

Cruzamos el rio, el agua fría fue un aliento para las piernas, caminamos tropezando con piedras de todo tamaño, luego siguieron unos pajonales y caminamos sobre hierba, marchábamos todos juntos, me acordaba de la expedición del año anterior en El Plata y Aconcagua, con Emir y Juli lo comentamos ellos dos eran mi equipo en esa actividad y aquí también estaba Pocho que había formado parte de otro equipo que hace un año estaban muy bien delimitados, cada cual moviéndose a su ritmo y horario, nos llamaba a atención que este año ni siquiera había una nomina estricta, estábamos como todos juntos aunque habíamos aclarado que debíamos estar organizados de a pocos y que nos esperaríamos, el ritmo seria el que cada equipo eligiese o pudiese mantener. Pensábamos como cumpliríamos con esto en estas condiciones. El río tronaba, sonaban las piedras que se arrastraban sobre el fondo como un derrumbe. A las siete horas de marcha el sendero se encaramaba en unas piedras en la zona conocida como Los Chacayes y allí decidimos pasar la noche en un vivac que en esta ocasión sería bajo las nubes porque estaba lloviznando de a ratos. Cenamos y nos acostamos bajo unas telas impermeables, apretados para no quedar expuestos a las gotitas que caían con cierta parsimonia porque no era una lluvia intensa. Miré para un costado por debajo de la tela y encendí una video cámara chiquita, hice una imagen y después me dormí. En un momento soñaba que estaba durmiendo en una quebrada y que se producía un temblor, pensaba en el sueño que se desmoronaban piedras muy grandes y concluía que era momento de morir por lo que debía relajarme y continuar con mi descanso, pero una voces me despertaron y ni bien desperté sentí que el piso se movía bajo la mano que tenia apoyada tratando de levantarme, unos alumbraban y Emir se incorporó preguntando si había un puma. El asombro estaba estampado en nuestros rostros, efectivamente había temblado, charlamos un poco sobre el asunto pero teníamos que seguir durmiendo.

Empezamos bien el segundo día, desayuno e inmediatamente cruce del rio, bajo el sol radiante, el agua que alcanzaba la cintura de los más chiquitos, parecía un descanso, al poco rato cruzamos una vez más y luego de caminar por unas pendientes muy fuertes, perpendicularmente claro, que es muy incomodo, volvimos a cruzar ayudados por el Cabo Primero Parra que había acompañado a Jonatán con las mulas. En los cruces, el agua empuja fuerte y el piso es muy irregular, inestable e invisible a través del agua colorada, Jorge seguramente el que más experiencia tiene en cuestiones de ríos, además de la suficiente fortaleza, nos ayudó mucho para que el agua no se lleve a ninguno de los más menudos, entre los que me encuentro, en ese cruce, particularmente, pisé un pozo que hizo que el agua alcance el bolso de la cámara de video que llevaba colgando, tratando de elevarla perdí pie y mi abarca derecha de fue con la corriente del río. Con un pie descalzo salí del agua y rápidamente Pocho me regaló unas alpargatas, así que continúe todo el camino con una alpargata y la abarca que me quedaba, también Emir iba con alpargatas porque mucho antes de empezar había perdido sus zapatillas. Después, el camino empezó a estirarse a medida que la lluvia ganaba la partida al sol y los cruces del rio ya no eran recuperación para los músculos sino inicio de temblores y origen de maldiciones e insultos. El último vadeo fue con el agua por encima de la cintura y bajo la lluvia, una vez que pasamos todos, sentados y mojados al lado del rio recibiendo la precipitación sin protección prácticamente, decidimos que cada cual avance a la mayor velocidad posible y que al llegar a Pirca de Polacos, donde debían haber dejado los nueve bolsos, empiecen a armar las carpas. En ese tramo nos encontramos con Jonatán y su equipo que bajaban con las mulas vacías, charlamos y quedamos una vez más para el 4 de febrero, grabamos un mensaje para su abuelo y nos despedimos. Los de la avanzada se adelantaron y trabajaron duro con las carpas, al punto que cuando llegamos los últimos estaban prácticamente todas las carpas armadas. Como nevaba copiosamente y estábamos muy cansados y entumecidos, nos arrojamos dentro de las bolsas de dormir, once horas de marcha habían liquidado nuestras reservas y todo era humedad e incomodidad en ese lugar, las circunstancias indicaban que era mejor esperar al otro día.

Amaneció en el campo base y a partir de ese momento la expedición se compuso de varias partes, hacer comida, buscar agua, portear equipo a campos de altura, estudiar el camino con el mapa de Santi, charlar, mandar y recibir e-mails con el teléfono satelital, probar caminos, cargar dispositivos electrónicos con los paneles solares, buscar un lugar en el grupo y ocuparlo, hacer guiso o tortas fritas, celebrar la cumbre, tratar de ayudar a otros y más cosas que suceden a un pequeño grupo de personas aisladas en medio de un valle rodeado de montañas magnificas con un cielo que se repartía entre estrellas de película, nubes amenazantes, soles radiantes y algo así como una nebulosa que no era nada más que lo que cada uno podía imaginar a través del filtro de sus expectativas y el humo de su propio infierno ardiente. Entre las carpas y el arroyo, una tarde, excavé para dibujar una chacana en el piso, la cruz de los inkas que contiene un mensaje sobre la interesante cosmovisión de los antiguos y sirve para aplacar la corriente de emociones que uno experimenta en esas regiones, la sensación que se apodera de uno cuando el corazón pide ayuda a la mente para sortear el angosto paso hacia la montaña, porque somos aficionados y la montaña es un lugar que visitamos de vez en cuando, nuestras vidas son urbanas, es allí donde estamos mejor adaptados, por eso intuimos que para conseguir pasar es menester desprenderse de muchas cosas para no quedar enredado en el marco solido de ese pequeño portal que abre paso a lo grande de verdad, a lo inmenso, a las laderas poco recorridas de la pirámide somital de nuestra propia montaña, a nuestro ser desnudo frente a nosotros que luce tan distinguido que justifica la angustia.

Un día juntamos equipo, comida y combustible y nos fuimos para arriba, Roberto, un viejo amigo montañero que ya estaba instalado en Pirca de Polacos cuando llegamos, nos avisó por radio que las huellas estaban borradas y que había que estar atento con el camino, por suerte lo dijo, lo recordé cuando estábamos en una pendiente muy fuerte, con material inestable y un arroyo a unos doscientos o trescientos metros más abajo donde terminar una buena caída, se puso interesante salir de aquel lugar, pero pasamos bien, no era para tanto y con el mapa nos reorganizamos y alcanzamos un sendero medio marcado en el suelo rojo y poco transitado del camino al Alma Negra. Llegamos a un lugar que equivalía a no llegar a ningún lado, solo que estaba bastante más elevado que el campo base, dejamos unos bolsos con cosas y volvimos muy conformes a la pirca de Polacos donde nos esperaba la carpa de campo base, bastante confortable donde entrabamos los diez para compartir mate, comida, charlas y planes. A mí me toca muchas veces el papel de líder de las expediciones, por viejo, pero me gusta que el trabajo lo hagan los demás, en este caso de a poco fueron tomando responsabilidades aunque la horizontalidad prevaleció cosa que me gusta mucho.

Los primeros días tuvieron mañanas bastante agradables aunque pasado el medio día no faltaba el viento y una nevada muy sutil al caer la tarde, nos pudimos bañar en el arroyo sin temblar mucho y así, bien limpios, una mañana cargamos todo, carpas incluidas y nos fuimos al campo alto, dejando la carpa grande con la comida, ropa, los buenos vinos que nos había regalado Héctor, mi vecino, por ejemplo y algunas otras cosas.

En el campamento de altura tuvimos bastante trabajo construyendo las plataformas para las cuatro carpas que nos quedaban porque Jorge, con alguna jaqueca y malestar había decidido volver al campo base. No nos pareció tan alto cuando nos acomodamos allí y conseguimos descansar, tomar unas bebidas preparadas con agua con tierra de un arroyo glaciar y compartir nuestras preocupaciones por la nueva situación de Jorge en el campo base, solo, lejos de nosotros con todas las botellas de vino, el whisky, la carne y todas las latas de durazno y ananá al natural, ciertamente yo no confiaba en su autocontrol y temía por esas raciones de confort. Al otro día, después de desayunar, continuamos subiendo todo el valle que está custodiado por unos glaciares muy bonitos del lado oeste, al final de ese valle la pendiente se inclina para alcanzar el collado entre La Ramada y el Al Negra, un acarreo bastante odioso que ascendimos hasta unos 5300 m.s.n.m. donde la nevada nos obligó a dejar la carga que llevábamos y continuamos unos metros tratando de encontrar las plataformas que habíamos construido en 2013 con Laura, Gabriel, José Perotto y unos chicos que conocimos allí, simpáticos y fuertes a los que se llevó la montaña en la temporada siguiente en el Chacraraju de la Cordillera Blanca. No encontramos las plataformas y desde allí vimos el campamento de Roberto y sus tres amigos, estaban bajo una rocas en dirección a la cumbre del Alma Negra, hablamos por radio y nos contó que desde ese lugar hacia arriba habían encontrado tierra congelada difícil de transitar por lo que estaban evaluando bajar al otro día y dar por concluida su actividad.

Bajamos y llegamos mojados al campo que denominamos “uno”, descansamos y conversamos la necesidad de cambiar de planes debido a la información suministrada por Roberto y a lo que habíamos observado, sobre todo la cantidad de nieve acumulada por encima de los 5500 m.s.n.m. Mientras juntábamos agua que a primera hora corría clara y transparente, sugerí un plan que sintetizaba las ideas de mis camaradas que habían opinado bastante sobre el tema, en este caso ya contenía la posibilidad de ceder al intento a la Mesa, cuya cumbre está unida a la del Alma negra por un filo de seis kilómetros de extensión que no baja de los seis mil metros. Expuse lo que me parecía más lógico: trasladarnos al fondo del valle y acampar en el último lugar llano a unos 4900 m.s.n.m. lo cual es bastante bajo pensando que la cumbre se encuentra a los 6100 metros, lo que sin ser un matemático da un desnivel de 1200 metros, sin dificultades técnicas, excepto la demanda física por el hecho de estar a medias aclimatados, la idea fue aceptada por varias razones, salir con la primera luz para ascender el acarreo hasta el collado con la tierra congelada lo que aceleraría el paso y que la radiación solar ablande un poco la sección de tierra por encima del campamento de Roberto para que esté un poco mas transitable, desde luego debíamos confiar en nuestra condición física para concretar el ascenso en un tiempo razonable. A este altura la expedición planificada en varios equipos independientes se había convertido en un solo grupo, esto por un lado no me gustaba mucho, cocinar, descansar, avanzar es más complejo en grupos numerosos, hacer un guiso para tres es una cosa y para diez completamente diferente cuando tenes ollas chiquitas y calentadores de montaña, aunque había un factor atenuante, veníamos de pasarlo bastante mal como un porcentaje elevado de la población, ya dedique un párrafo a las peripecias de la cuarentena y lo que sigue aun hoy con las medidas de gestión de la pandemia, necesitábamos un poco de camaradería un poco de humanidad y lo estábamos haciendo muy bien, mientras compartíamos las tareas de cocina y luego trabajando en conjunto para cuidar nuestras carpas, compartir en 3D, disfrutar las relaciones analógicas por unos días, volver en el tiempo gracias a la magia de la montaña, no me gustan mucho las expediciones de amigos, ni los grupos tan grandes pero esta vez el balance fue a favor de lo vivido, la armonía del equipo fluyó pensando en el objetivo y en el respeto a las diferencias que hacen al ser humano único e irrepetible. También me acordé de algún paso equivocado, mirando la sur del Mercedario vino a mi mente un recuerdo que me avergüenza bastante, allí en un intento en el año 1991 me porté muy mal con Ernesto Maletti, lo increpé y humillé porque yo era un arrogante, rudo y estúpido joven montañero, todo había empezado en un sueño y se convirtió en algo de lo que me arrepentiría para siempre.

Después de un desayuno extenso y copioso salimos para el campamento 1,5 ese que habíamos planeado como alternativa, a medio camino cruzamos a Roberto y sus amigos que volvían, nos prometimos mantener las tres comunicaciones diarias un día más por lo menos. Como el lugar estaba cerca estuvimos temprano con las carpas armadas y no hizo falta trabajar con la pala y la azada que habíamos llevado porque el lugar era llano. Tomamos toda clase de infusiones y revisamos los pronósticos que Laura y Pablo nos mandaban desde Neuquén vía satélite, esperando un milagro y que no se cumpliera lo que nos habían anunciado un día antes. Todo mal con el clima, nos enteramos que teníamos una ventana de pocas horas y que el 23 a las 18 horas ingresaría una tormenta de mayores proporciones que las nevadas que nos acompañaban a diario. Ante eso la velocidad era la herramienta imprescindible pero sin aclimatación se iba a poner difícil. Nos acostamos temprano y pusimos los despertadores a las 4 para salir con la primera luz.

Desayunar temprano con frio es la marca de un día de cumbre, en otros lugares y otras situaciones esto se hace a la una de la mañana o antes. Empezamos a caminar los nueve, el transito hasta el punto donde estaba el porteo fue rápido, el suelo congelado, según lo previsto posibilitó un buen paso y no muy agotador, en ese lugar recogimos algunas cosas, ropa, comida y algunas antiparras. Allí, Eugenia que había dado muestras de fortaleza y capacidad de asimilar el dolor de manera notable, porque venía muy dolorida por unas ampollas de colección que tenía en sus talones, decidió cancelar el ascenso y Angelito decidió en igual sentido. Nos despedimos sin mucho protocolo y continuamos caminando al máximo ritmo posible, Juli seguía mis pasos y la verdad es que me dio pena que se quede su mamá, Euge. Nos detuvimos en una repisa grande con muchas lajas dispersas en el piso, desde allí se veía el Aconcagua, el Cuerno, el Tupungato, el Juncal y otras montañas que no pude identificar o que no tengo ni idea como se llaman. Pasamos la sección de tierra y escombro a buen tranco no nos resultó difícil, lo hicimos sin crampones, eso sin dudas ayudó. Luego alcanzamos unas torres de tierra y piedras incrustadas muy bellas que pueblan las laderas de esas montañas y allí comenzaba la nieve que a esa hora, como las siete de la mañana estaba congelada. Nos pusimos los crampones y sacamos las piquetas y sin descanso seguimos hacia arriba. En esa sección nos turnamos, pero no mucho, en la apertura de la huella Emir un rato, yo otro rato y Santi, claramente el más fuerte de la expe abrió la mayor parte en la nieve profunda y blanda. Aun con el sacrificio de hundirse una y otra vez, especulaba con ir también a la Mesa. Largo, extenso, abrumador y extenuante camino a la cumbre, no tuvimos problemas con la altura, solo una caída importante del rendimiento físico, a penas alcanzábamos los 200 m/h de tasa de ascenso, al principio. El viento arrastraba nieve sobre la superficie y las partículas congeladas golpeaban la cara con cierta violencia, era evidente que la tormenta se adelantaría unas horas. Comiendo caramelos y fruta seca, conversando lo mínimo indispensable, seguimos, en un momento nos detuvimos en la ante cumbre bajo una piedra inclinada, nos juntamos todos, Pocho, Sandra, Lea, Juli, Santi, Emir, Santi y yo los siete que habíamos continuado hacía unas horas. Caminamos los últimos metros grabamos videos con los celulares y yo con las cámaras, había hecho todo el recorrido con dos cámaras una de video mediana y una de esas subjetivas, cada vez que me detenía a hacer una toma me quedaba atrás y tenía que acelerar el paso para alcanzar por lo menos al último, pero los videos están buenos y de a poco vamos editando secciones de esa experiencia de verano.

Celebramos, aunque esa cumbre tenía todo el aspecto de ser el fin de la expe, las nubes se apuraban a golpear contra los filos y el gran valle que separa ese cordón del Aconcagua estaba oscuro y desde luego no se veía mucho, a la mañana temprano habíamos visto la norte del Aconcagua muy nevado y solitario porque sabíamos que allí no había gente, algo casi increíble. Comimos algunas frutas y unas galletitas y a las 15 horas empezamos a bajar cuando el viento empujaba con ganas y el sol ya había quedado detrás de las nubes cada vez más negras.

El descenso siempre es lindo cuando se ha alcanzado el objetivo, sino es un poco amargo por más que digamos a otros y a nosotros mismos cosas que ayuden a convencernos del valor de la experiencia, los aprendizajes y la Virgen de la Teta Reina. Uno va a subir las montañas, ese es el sentido de este deporte si se lo considera deporte, claro que la ecuación éxito derrota es más o menos cincuenta y cincuenta, porque son muchos los factores que se interponen entre lo que queremos que sea y lo que objetivamente es. Pasamos otra vez por el depósito de equipo y juntamos todo lo que había quedado allí, eso puso un poco de peso en las mochilas y a las 19 horas llegamos al campamento donde Euge y Angelito nos esperaban con una picada, mate, café y postre. Como nevaba copiosamente tuvimos que acomodarnos cada equipo en su carpa, cenar y dormirnos con el apacible sonido de los copos de nieve golpeando las telas, esa extremadamente fina capa que nos separa de la intemperie. Cerré los ojos y me invadió una sensación de confort muy agradable, aun saboreaba el ultimo café y pensaba que otra vez estaba haciendo una de las cosas que más me gusta, contra muchos pronósticos estaba acostado sobre un glaciar, al lado de una laguna milenaria, con la clase de gente que suma o quizás multiplica mi experiencia vital y me dormí profundamente a prueba de terremotos como es mi costumbre.

La charla del desayuno giró en torno a la forma en que subiríamos La Ramada si el clima lo permitía, no lo definimos porque nevaba y teníamos que desarmar, cargar y trasladarnos al campo base. La profundidad del valle había impedido las comunicaciones vía VHF con Jorge, las opiniones variaban desde que se había vuelto hasta que se había tomado y comido todo, pero Roberto que había bajado dos días antes y se pudo comunicar con nosotros en unos horarios que habíamos acordado desde el primer momento en que nos saludamos después de muchos años de no vernos, nos dio la noticia que estaba en el base, pero sin detallas del estado de los suministros. Bajamos a buen ritmo por el enredado terreno que sube y baja y dobla y redobla, mirábamos con atención el sendero que se dirigía a La Ramada y en la zona donde pensábamos que debería estar vimos una expedición muy numerosa que luego supimos que se trataba de una empresa de turismo activo con sus clientes, nos alegramos porque nos vendría bien que marquen el camino.

En el base nos reunimos con Jorge, se había comportando de manera heroica, apenas había comido, no había tomado otra cosa que agua con juguitos de esos en polvo, me cerró la boca con su impecable conducta, “el ladrón cree que todos son de su misma condición” dice el dicho y mis hábitos carroñeros impregnaron mis juicios por adelantado. Nos reímos bastante, somos viejos amigos y no hay secretos entre nosotros, unos viejos hijos de perro.

Los pronósticos del tiempo seguían a la baja, además no había que ser demasiado imaginativo para ver lo que estaba pasando, el viento empujaba y rompía las carpas, ya no había sol para cargar los celulares y cámaras con los paneles solares y solo los más esquimales seguidores de Win Hoff se bañaron. Entre mates, juegos de azar cosa que no me atrae mucho, por viejo mañoso nomas, galletitas y café irlandés escuchamos pasos fuera de la carpa, en los momentos en el viento dejaba de hacer su insoportable tarea de golpear las carpas, pasos y algunos salieron, pensamos que se trataba de los que estaban arriba en la Ramada ya que no teníamos noticias porque no estábamos comunicados con ellos. Pero no, eran dos chicas muy jovencitas, las sanjuaniñas; Aldana y Rafaella que llegaron para poner optimismo en mi permanente padecimiento que tan poca gente joven se interesa por las expediciones en estos tiempos, algunos salieron y colaboraron para armar la carpa que estaba mojada porque los cruces del río las habían puesto bajo agua, después de una noche allí, nos visitaron, compartimos un rato en nuestra carpa de campo base, sorprendidas de cuanta gente podía estar allí adentro, no era un domo claramente, también intercambiamos frecuencias de radio y nos pusimos de acuerdo en horarios, les comentamos lo que habíamos hecho en el Alma Negra y una tarde se fueron, se las veía fornidas, llenas de ese brillo que nos es otorgado por poco tiempo, esa fuerza que proyectamos cuando somos jóvenes. Les dimos nuestros buenos deseos les ofrecimos algo que necesitaran, habían llegado sin mulas ni nada, un merito admirable, se fueron y el mal tiempo seguía y las comunicaciones desde el campo 1,5 eran infructuosas, lo sabíamos. Siempre pensamos que estarían bien.

Hicimos un nuevo plan: un pegue desde el base a la cumbre de la ramada, si el clima nos daba la oportunidad. Los pronósticos climáticos empeoraron y los 2800 metros de desnivel requerían, al menos, empezar con buen tiempo. Se puso tan feo y los reportes fueron tan pesimistas que llegamos al punto que decidir evacuar el campo base cuanto antes, le habíamos pedido a Jonatán que estuviese con las mulas el 4 de febrero, lo llamé varias veces y nada, le pedí a Pablo que estaba en Neuquén y a Laura que estaba escalando el Arenales que se comuniquen con él, finalmente el 30 la llamó a Laura a las 4 de la mañana, cuando ella estaba segura que íbamos a tener que bajar con todo sobre nuestras espaldas, cosa que efectivamente íbamos a hacer si no dábamos con Jonatán. Me avisó y el otro día a primera hora lo llamé y pude hablar cuando él que ya estaba partiendo hacia Santa Ana con los animales para buscarnos, el mejor servicio, sin rezongos ni cuestionamientos subió con las mulas a sabiendas que por algo lo habíamos llamado.

Durante la noche el viento cambio y empezó a soplar desde el este con unas ráfagas muy intensas que rompieron un parante de la carpa grande, indicios claros que debíamos volver. Nos levantamos bajo una copiosa nevada y una pequeña capa cubriendo el piso, las carpas y las piedras, mientras desayunábamos les llevamos algunas cosas al depósito de las chicas para que tuvieran algo más de comida a su regreso, esperando que les hayan servido las pocas cosa que dejamos porque nos estaba sobrando mucho que digamos. Acomodamos los bolsos con la carga que ya estaban casi listos solo les faltaban las carpas y los dejamos junto a una roca para que posteriormente Jonatán los cargara en las mulas porque no sabíamos si llegaría ese o al otro día. Empezamos a caminar y pasado más de una hora encontramos las mulas y a Jonatán, charlamos acerca de la carga y nos despedimos, nosotros seguimos a pie y con alguna dificultad porque a pesar de haber dejado unos ciento cincuenta kilos de carga, nuestras mochilas estaban ligeramente pesadas. Cruces del río y paso por algunos riscos para evitar mojarnos otra vez fuimos perdiendo altura, nos cruzamos un grupo de mulas y caballos que iban a buscar a otra expedición y al mirar al frete ya había cambiando el panorama, las montañas habían cedido paso a cerros más redondeados en el horizonte y en un momento, estando bastante alto, vimos pasar las mulas con nuestras carga por la costa del rio. Seguimos hasta que en un alambrado nos detuvimos y decidimos comer unas galletitas y descansar un poco, caía la tarde y llovía por momentos, unas gotas grandes y esparramadas golpeaban con fuerza la cara o se colaban por el cuello, nos cobijamos en una especie de cueva para estar más cómodos, además de tomar jugo charlamos, nos preguntábamos Emir que se había adelantado hacia mucho rato, concluimos que estaríamos a unos noventa minutos de Santa Ana, nos pareció buena idea hacer un vivac en algún lugar un poco más abajo, pasar la noche y acercarnos al otro día al puesto de Gendarmería para pagar a Jonatán, recoger nuestro equipo, encender los coches, cruzar el temido vado y viajar urgente a Mendoza.

La idea del vivac respondía a nuestras ganas de pasar una noche juntos, seguramente la ultima en mucho tiempo, es difícil coincidir en varios viajes, todos los de la expe tenemos trabajos, oficios, profesiones, responsabilidades, negocios y compromisos variados, coincidimos en el gusto por las expediciones, pero volver a juntarnos todos sería difícil. Encontramos un lugar al lado de unas plantas y cerca del rio, algo protegido del viento que había tomado la posta a la lluvia y se estaba llevando las nubes. Tomamos un café y comimos chocolate, no nos quedaba mucha comida en ese momento, dormimos apretados y el viento cedió paso a una calma alarmante solo interrumpida por la campana de una yegua madrina que pastaba con otros equinos en las cercanías. Al amanecer confirmamos que había valido la pena esa elección y desayunamos bajo el sol que anunciaba un gran día, un poco arrepentido por haber adelantado la salida del valle ya que con ese sol podíamos haber hecho el pegue a La Ramada, pero ya estábamos allí y seguramente nuestro equipo en Santa Ana así que ya no había vuelta atrás.

Terminamos de tomar unas tazas de café y comer lo que quedaba con la sensación de estar dejando atrás una tiempo maravilloso, yo particularmente llevo una gran vida y mis tareas cotidianas me gustan mucho, no están ausentes enfrentamientos y confrontaciones pero me gusta pelear, ni algunos fracasos y desilusiones, pero así funciona la vida, me expulsaron de chico del Club de las Ideas Bonitas, ese espacio para espíritus ingenuos inspirado en los Pitufos. Creo que a los otros nueve sienten parecido pero no puedo escribir por ellos. Aunque estar de expedición es diferente, es un estado del cuerpo y la mente distinto, los sentidos operando a su mayor capacidad hacen que percibamos el mundo de manera distinguida y que nuestra forma de relacionarnos con los demás también se vea alterada positivamente. Soy consciente y no siento ninguna culpa, que todo ese campo de sensaciones se sostiene en una existencia burguesa de bastante abundancia, sino seguramente no sería tan lindo, porque sabemos que volvemos a casas confortables, a estados financieros controlados, a relaciones sociales y familiares edificantes. Experimentamos y asimilamos sin apremios ni ansiedades, lo que claramente es una pérdida de tiempo importante.

Buscamos un sendero en el valle reseco que da marco a los álamos del puesto, nos quedaba un cruce de rio a pie y lo hicimos sin problemas, en las montañas distantes ya se veía una formación bastante intimidante de nubes, también tranquilizadoras para mis especulaciones. Seguimos entre plantas espinudas y piedras multiforma. Un olor apestoso nos puso en alerta y de inmediato el cadáver de un caballo, muerto recientemente porque no estaba cuando subimos, tenía una fractura en una pata delantera que estaba hinchada y un poco desviada, supuse que lo habían tenido que sacrificar, hasta le miré la cabeza buscado un disparo, me fui enseguida, dan pena estas cosas, pero son cosas que pasan, sin más reflexiones seguí mi camino.

A la sombra nos recibieron los Gendarmes y Emir que no se había quedado a vivaquear y había cenado y dormido en esas instalaciones donde los gendarmes dieron pruebas efectivas de su hospitalidad. Las cargas estaban ordenadas al lado de los vehículos, lo busqué a Jonatán le pagué, todo estaba bien excepto un macho que se lastimó bastante una pata, me acordé del caballo sacrificado un kilómetro río arriba, pero no era para tanto, aun así deberían llevarlo en un carro con la camioneta porque necesitaba atención y aun quedaban unos 30 kilómetros hasta Barreal. Los animales sufren mucho para complacer nuestros caprichos, en Aconcagua y otros lugares es común verlos heridos o muertos al lado de los senderos, lugares en los que las personas también nos lastimamos o morimos. Nadie busca el mal de los animales, los arrieros los cuidan entre otra cosa porque son su capital de trabajo pero a veces las cosas salen mal. A medida que la tecnología avanza vamos perdiendo el contacto con el ganado al cual estamos relacionados desde hace miles de años.

Cargamos, nos despedimos y nos pusimos con la trompa de la RAV una vez más frente al río Colorado, esta vez el caudal era más importante y si bien, como dije, no se mucho de esos trámites sé muy bien que lo peor que puede pasar es que el coche se detenga en el medio del cauce. Lo vi fiero, acelere en “L” y entramos al agua enérgicamente, se agitó, corcoveó lindo, crujió y se sintieron fuertes impactos en los bajos, aguantó, tocamos tierra seca otra vez, Euge palideció yo me sentía un poco culpable, hice mi máximo esfuerzo. Nada se rompió y desde ese momento hasta hoy todo ha sido continuar con nuestras vidas, esos hechos memorables son un recuerdo, otra temporada, otras montañas, otros vados, otras nieves, posiblemente otras personas y haremos lo que más nos gusta hacer, practicar el absurdo placer de ir de expedición.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Plata / Aconcagua


 Expedición deportiva al Plata y Aconcagua, inspirados en antiguas tradiciones, basados en un acuerdo de autonomía y mutualidad, un balance que obedece a compartir el estilo y la responsabilidad.

 

jueves, 31 de enero de 2019

Polacos 92, lejanos .....

Hoy vivo un aniversario poco trascendente pero importante. El 27 de enero de 1992 el sol me sorprendió, abracé la montaña una vez más aunque amanecí en un gélido vivac a unos 5900 metros del Aconcagua, luego de la intensa nevada que el 26 me acompañó desde algún lugar cercano al Campo 2. 
 
A las 3 de la mañana del 26 comenzó mi jornada junto a Jorge B. con quien pretendíamos realizar el ascenso de la Ruta Directa del Glaciar de los Polacos. Mi acompañante había logrado hacerme creer que era un rudo escalador y superó mis defensas debido a mi entusiasmo, ya que otros dos invitados se habían negado a acompañarme. Con él, prácticamente, convivíamos desde principio de diciembre en Plaza de Mulas. Una vez que comenzamos la marcha me sorprendieron las dificultades que observe en su capacidad de mantener el ritmo que a mí me parecía apropiado en aquellos andares, demoramos muchísimo, habíamos comenzado el 24 y solo pudimos llegar a la parte alta de Nido de Cóndores, el 25 cruzamos rumbo al este, por las rocas amarillas hacia lo desconocido, en esos años no había nada de transito por esa ladera, ahora sí, y no alcanzamos el Campo Dos, se nos hizo tarde, nos detuvimos infinitas veces, él llevaba muchas cosas en la mochila, muchísimas, tornillos para hielo, estacas y comida, pero mucha; más o menos tres kilos de frutas secas entre almendras, nueces y otras que aun no les sé el nombre pero si el precio y eso eran los tentempiés. Acampamos tarde, con el sol detrás del filo que separa esa vertiente del refugio Berlín y la ruta normal. La nieve caía en ráfagas, no teníamos ningún pronóstico serio y lo único que supimos es que el 26, el tiempo estaría inestable y que varias expediciones guidas intentarían la cumbre desde el refugio Berlín.
 
Nos despertamos a las 3, calentamos agua. Nos sobraban sobres de “out meals” y liofilizados que, entre sonrisas de complicidad, Jorge sacaba de una bolsa que tenia a los pies de la carpa, yo comí muy poco, estaba bastante asustado, no había nevado pero tampoco había parado de hacerlo durante toda la noche, la brisa había impedido que se acumule, la escasa pero alarmante precipitación. Al borde de la carpa, formando una capa sobre las piquetas, estacas y crampones que estaban afuera, lo blanco; gobernaba el paisaje. En medio del desayuno, extenso por cierto, me confesó que no sería parte del intento, insistí y lo convencí y a las 5 empezamos a ponernos las botas, muy tarde ya, habíamos conversado demasiado. Minutos antes de las 6 salimos, el piso helado guardaba en sus irregularidades la nieve recién caída y la vista era de un centenar de metros, las alturas del Aconcagua habían sido conquistadas por las nubes, seguramente aprovechándose de la noche. Luego de unos quince minutos nos detuvimos, Jorge sacó jugo, exactamente Isostar, bebió y reflexionó acerca de la importancia de la hidratación, seguramente para contradecir lo que, sin emitir palabra, decía mi rostro y mi postura, callé, aunque me costó mucho.
 
Perdimos ritmo como si el Isostar hubiese estado adulterado, me acordé de mil cosas, sobre todo de una historia que me había contado Alfredo Rosasco de un calvario en el Daulagiri, un calvario por falta de fortaleza física y raquitismo moral.
 
Frente a nosotros, la montaña se elevaba hasta perderse en las nubes cada vez más negras, es decir unos trescientos metros, solo veíamos la parte baja del glaciar de los Polacos, el piso escarchado, lleno de pozos de unos treinta centímetros era difícil, molesto para caminar, luchando para conseguir un ritmo aceptable miré atrás y lo vi muy lejos a Jorge, lo esperé indignado, ya no podía ocultar mi enojo y fui duro con él, le sugerí que no alcanzaríamos la cumbre a ese ritmo, eran como las 6:15 o más, y en mi ofuscación ni tuve en cuanta el desmejoramiento del tiempo, se excusó y repitió su decisión de volver, ahora no intenté convencerlo, lo increpé de mala manera, al punto que le sugerí que no volviera a contar sus habituales historias de escaladas extremas cuando yo estuviese presente, porque lo desmentiría, pondría en evidencia que se había acunado en el Polaco. No nos despedimos en buenos términos y esa sórdida discusión fue motivo de una larga enemistad. Le pedí que se lleve todas sus cosas y si quería que también se lleve unas estacas que habían quedado al lado de la carpa, que no deje comida, pero si la cocina para hacerme agua, que se fuera a la mierda por cagón y una sucesión de palabras de las que me arrepentí cuando me cedió su botella de Isostar, ya que yo no llevaba ningún liquido, solo un paquete de galletitas Santiveri. Y una bolsita junto al equipo de vivac que no sabía bien que contenía ni cuanto tiempo llevaba allí, aunque en esos años mi actividad no les daba tiempo a vencerse, porque los vivacs eran como mi karma.
Lo vi perderse en la nube, se lo tragó el gris rotundo de un día que sería terrible, pero no reaccioné, solo pensaba en que debía ir hacia arriba y la furia embebía todas mis neuronas, creo que si hubiese tenido suficientes explosivos hubiese derribado el Aconcagua esa misma mañana.
 
Como de costumbre no tenía demasiados datos, pero la montaña siempre juega cartas sin lógica ni sentido y así a veces tiende trampas magistrales. Al tiempo que dejé atrás la escarcha y la irregularidad, comenzó a inclinarse el piso y con cada grado de inclinación las dudas se apoderaban de mí, aunque no quería volver por nada, menos dar el brazo a torcer luego de lo dicho a Jorge, prisionero de mis palabras empujaba los limites, allí en medio de la nada y absolutamente solo. En un abrir y cerrar de ojos las nubes me permitieron ver el paso de roca de la directa, Daniel Pizarro me había hecho una descripción detallada de ese lugar y de la importancia de escalar esa roca para cumplir con el recorrido original que da nombre a la ruta, ruta Directa de Polacos, si lo esquivas dijo, es la ruta indirecta, el camino de las colegialas y los maricas, porque eso se podía decir sin arriesgarse a nada en aquellos años. Continue animado por esa visión fugaz, viendo muy poco escuché voces y me tranquilicé un poco, grité fuerte pero no recibí respuesta, en la misma medida que puse atención para escuchar esas voces empecé a tomar conciencia que desde la madrugada nevaba cada vez con más intensidad y lo que había sido piso, ahora casi era pared, la inclinación en aumento según lo previsto ponía pimeita a la jornada y me gustaba el hecho de tener que usar las piquetas. Cada tanto, cuando la tormenta lo permitía, veía que chorreaban como cascaditas de nieve por los contrafuertes rocosos que tenía arriba y a la derecha. Cuando tuve a la vista el contrafuerte rocoso ya era el medio día y me apuré a llegar porque se deslizaba mucha nieve por la pared, corrían como arroyitos y estaba escuchando y siguiendo atentamente unos truenos desde hacía un rato, tratando de descubrir si se trataba de la tormenta eléctrica, lo que de verdad me asustaba o eran avalanchas que se desprendían al costado o tal vez en la pared sur que queda atrás de esa vertiente, lo que fuera, era lo suficientemente fuerte y grave como para poner la alerta máxima. Alcancé la roca y me acomodé en un hueco entre la piedra y el hielo de muy mala calidad, acurrucado pensé que debía comer algo, ese algo eran unas galletitas, las saqué y al quitarme los guantes percibí que estaba de verdad frio, no había pensado en eso, había pensado poco realmente. No recuerdo si comí o no las galletitas, cinco minutos después ya no lo recordaba. Así embutido en ese hueco entre el hielo negro y sufrido y la roca colorada y fragmentada que me desafiaba, me alcanzó el trueno, de pronto tuve clara idea de que se trataba, porque las cascaditas de nieve se habían hecho cada vez más frecuentes y más nutridas, no vi mucho más porque en cuanto se oscureció cerré los ojos para no ver a la muerte, todo lo contrario que se espera de un valiente, pero ese ruido, el viento increíble y la oscuridad pudieron más que toda la preparación que había tenido hasta entonces. Estar asustado no reflejaba mi situación, estaba cagado de miedo, cagado y meado. Así como llegó se fue, silencio y luz otra vez, solo escuchaba mi respiración y dentro mío el corazón se había apoderado de todo, todo palpitaba, tal vez como una comprobación que otra vez estaba vivo después de una catástrofe, no tuve mala suerte, me encontró en el mejor lugar posible.
 
No me cabían dudas, empecé a escalar la roca, recostada unos grados de la vertical, en un valle con sol y amigos cualquiera la sube en malla y saionaras, pero eso era un escenario muy hostil, al que se sumaba la posibilidad de ser atrapado por una de esas avalanchas en el medio de la roca con tenía ganatizado un viaje hasta el Campo Dos, unos setecientos metros más abajo. Lo que me animaba era que el Pampero Pizarro me había dicho: una vez que pasas las rocas queda una rampa inclinada y llegas al filo y se pierde la inclinación hasta llegar a la cumbre, eso era muy alentador, usé bastante las piquetas en la roca, cosa poco habitual en aquellos años, pero no perdía la esperanza de encontrar algún resquicio de hielo entre esas rocas, no lo encontré, y aun así no tuve dificultades en superar esos treinta y tantos metros, cuando estaba en lo último, llegando a un descanso, puede ver la pendiente que me habían mencionado y también escuche otro trueno, me tiré al piso y me enrosqué agarrado a las piquetas, esperé, esperé el golpe, solo el viento me sacudió con una cachetada de nieve polvo que golpeó mi cara y se metió por el cuello de la campera, no vino ni la oscuridad ni el gran vendaval, había ocurrido en algún lugar cercano, me incorporé, reí, y aceleré todo lo que pude, me propuse a mi mismo volver a comer al llegar al filo porque fue ahí que supe que no me acorvada si había logrado comerme o no las galletitas vascas esas, sentía el sabor en la boca, pero el miedo era más grande.
 
Acometí la pendiente como la batalla final, me sentía muy bien y sobre todo perseguí la promesa de seguridad del filo somital que me llevaría a la cumbre y desde allí a la ruta normal que no ofrecía ninguna dificultad para mí en aquel día.
 
Aun no alcanzaba el punto álgido de la pendiente de unos 60 o 65 grados, cuando no pude controlar la respiración y el vomito ganó la partida, no tenía mucho que vomitar pero estuve unos minutos retorciéndome y bien agarrado de las piquetas, recuperé las pulsaciones, me limpié la boca con nieve y seguí para arriba, entusiasmado. De pronto vi varias cosas lindas a la vez: estaba en el comienzo del filo, un segmento de la pared sur, el cielo y las nubes por arriba, aunque en la dirección a la cumbre se arremolinaban unas bien negras. Paré, me saqué la mochila y me senté sobre la nieve, me sentía bien y estaba un poco eufórico, pensaba que lo difícil y peligroso ya estaba y ciertamente lo estaba. Saqué el Isostar que Jorge me había dejado y lo tomé, saqué las galletitas otra vez pero no pude comerlas, me paré y seguí porque eran casi las 17, no tenia apuro ya, a los pocos pasos otra vez las nauseas, chau Isostar, me retorcí un poco y seguí, ya caminaba, la nieve era muy profunda pero no costaba abrir la huella, tan polvorienta, era como un espejismo y abajo la nieve más vieja ofrecía buen piso para mis pies. Veía claramente la cumbre y disfrutaba el hecho que las nubes bajaban. Cuando llegué al lado de la cruz eran las 18 horas, pensé; doce horas para esto, que lentitud. Tomé unas fotos a mí mismo, actualmente selfies. Sostenido por años de entrenamiento y preparación sabía que me quedaban muchas reservas, me invadía la alegría y una gran satisfacción de haber completado en solitario la Directa, a dos meses de haber sido el primero en subir solo por la colada Mazoldi del Lanín, que sin ser una gran ruta, es la más prestigiosa de la provincia de Neuquén. Como había cambiado de estado de ánimo varias veces ese día: furia, miedo y al fin alegría, mi atención, esclava de esos estados, no estaba en buen estado para operar en semejante adversidad.
 
Cuando reposé un poco, comprobé que no habían huellas en la cumbre, ninguna, si alguien hubiese estado allí ese día debía haber sido varias horas antes. Comencé el descenso y cuando doblé para salir de la cumbre e iniciar la bajada de la canaleta observé que allí tampoco había huellas, luego más calmado reflexioné sobre la situación, sobre todo, porque tenía muy presente que un poco más de una año antes, había bajado desde allí hasta Plaza de Mulas en dos horas y media. No repetirá ese tiempo, sin huella y con nieve tan profunda las piedras sueltas, huecos bastante grandes entre las rocas, secciones de hielo y mas piedras sueltas eran motivo más que suficiente para tener el mayor cuidado, una fractura u otra lesión, con esas condiciones de tiempo eran casi una muerte segura, me detuve, y me propuse bajar lentamente, aunque demorase mucho, ya no encontraba peligro en la tormenta, mientras pudiese moverme y además todo indicaba que las nubes se dispersaban más que concentrarse. Demoré una hora en bajar hasta la cueva donde el camino gira hacia la derecha en dirección al peñón Martínez, allí entre unos rayos de sol que alumbraban la travesía distinguí una persona y su huella, pensé que era la hipoxia que jugaba conmigo, pero no, un poco más abajo, casi en las ultimas rocas que hay a la izquierda cuando se baja, nos encontramos, me dijo que se llamaba Dimitri, que era griego y que alcanzaría la cumbre a como dé lugar, le desee suerte, le ofrecí Isostar, lo recibió, tomó unos sorbos, estaba muy cansado, un tipo alto de cabello largo y negra barba, con un goretex rojo, nos despedimos a secas, se fue y me quedé con el Isostar en la mano, lo miré irse y pensé: esta noche se lo lleva el chanfle. Volví a lo mío, me concentré en esa bebida con electrolitos y no sé qué cosas más que contenía según me había dicho Jorge a la mañana, la miré un ratito y ahí mismo la tiré, sobre la nieve pintó una mancha verdosa, eso fue todo lo que quedó del Isostar y como había vuelto la furia también revolee la botella, porque tengo que andar cargando estas mierdas? pensé. Miré por última vez al griego, usé su huella pero seguí bajando despacio, si no hubiese tenido la carpa carca del Campo Dos, al otro lado de la montaña, ese día me hubiese matado bajando por el congelado gran acarreo. Poco antes de las 22 alcancé el refugio Berlín, grité, grité y silbé, Gabriel Cabrera salió a mi encuentro junto con el Mata Guanaco, quien es? preguntaban en medio de la oscuridad más absoluta, yo grité otra vez: lo que queda de Toni, dije. Se rieron y me convidaron sopa y té caliente, me revivieron, los abracé como nos abrazamos los hombres de montaña, con mucha ropa, les agradecí y les conté mi situación, no había lugar por allí y seguí bajando unos metros, no mucho porque al otro día debía ir a buscar la carpa que suponía que estaba al este de ese lugar más o menos a la misma altura.
 
Las nubes dieron paso a las estrellas, solo el viento movía la nieve de un lado a otro, como escoba en manos de un inexperto que mueve el polvo pero no lo lleva ningún lado, busqué el reparo de unas rocas y preparé lo mejor que pude el vivac, me desajusté la ropa y me saqué las camperas un ratito, para sentir el frio y secar un poco la ropa, busqué unas medias secas y unos guantecitos que eran de mi sobrina Soledad, después me senté arriba de los plásticos de las botas, metí las piernas en la mochila, como me había enseñado Rosasco muchos años antes, saqué la bolsita de vivac y repartí las pasas y unos caramelos de dulce de leche en diez raciones para las horas que separaban las 23 de las 5 de la mañana, pensaba mantenerme despierto, porque las estrellas brillaban cada vez más y eso anunciaba que estábamos muy bajo cero. Me fui durmiendo de a ratitos, cantaba Escuela de Calor de Radio Futura: “Arde la calle al sol de poniente, Hay tribus ocultas cerca del río Esperando que caiga la noche”, estaba helado, temblaba y a la vez estaba muy satisfecho, celebraba el haber llegado hasta ese lugar, agradecía todo lo que había pasado y que no dependía de mi para poder estar cantando a las 2 de la madrugada a casi 6000 metros cagado de frio , claro, los vivacs no son escuela de calor, pero sí de vida y mientras disfrutaba cada segundo, cada pelea con los copos de nieve impertinentes que se querían colar por mi cuello o que atrevidos se metían dentro de la mochila, la Outside Baltoro que me proveía mi sponsor de entonces, Gustavo Glikman de Ouside. Después la luz de las estrellas, la hipoglucemia o sepa que cosa me trasladaba semi despierto a otros tiempo, otros escenarios, como cuando miramos la publicidad en las estaciones del subte y va muy rápido. Miré la hora y en un rincón del reloj vi que era 27 de enero, el cumpleaños de mi hermanita Margarita, parecidas a las cascadas de nieve de la mañana se derramaban los recuerdos y ellos también tenían su trueno, porque había cascadas de alegría, de encuentro, pero también había de tristeza y desamparo, de las lagrimas que derraman los inocente exiliados, de la perdida y el buling y todas esas cosas malas que ni nombre tenían cuando nos pasaron. El vivac es como una onda, cuya única cosa inexorable es el presente por eso volvía a pelear con la nieve, a seguir con: “Esa paloma sobrevuela el peligro, Aprendió en una escuela de calor”. Y una vez más aparecíamos con Margarita en la Patagonia vieja y dura, debajo de unos cables de luz que el viento hamacaba, yendo de la mano a algún lado, empujados por el viento que mueve la tierra como una escoba en manos de un inexperto, sin llevarla a ningún lado. Todo guarda relación en esos estados alterados de la mente y el alma, en esas noches de horripilación forzada, hipoxia y ensueño. Así estaba cuando alguien que pasaba por ahí me despertó con un jarro de chocolate caliente, eran las 4:30 de la mañana del 27 d enero. Permanecí en el hueco mientras de a poco la luz despejaba el cielo de estrellas y dejaba paso a algunas nubes juguetonas que se peinaban en los filos y rocas majestuosas de Aconcagua.
 
Me levanté, acomodé mi ropa, me estiré, salude gringos y criollos que se movían y discutían si seguir o no. Me puse la mochila y subí unas rocas en dirección al Este, hasta que me dio el sol de lleno en la cara y sentí como llegaba a mis huesos esa luz poderosa y sanadora de todo lo que la noche había hecho conmigo, la luz hace olvidar el dolor y es alimento del perdón, porque la noche muchas veces trae esos recuerdos que para no ser traumas y resentimientos necesitan la medicina del perdón. Destrepé las piedras y me orienté lo mejor que pude, caminé un buen rato hasta encontrar la carpa, allí estaban las estacas y todas mis cosas, las junté, comí las galletitas medio molidas que habían subido el glaciar y también lo miré, porque se veía casi completo. No vi a nadie en ese lado de la montaña y junté todo rápido. Estaba bien cargado pero menos que otras veces, caminé demasiado hacia abajo y tuve que remontar unos cuantos metros para llegar a Nido de Cóndores, subí rápido, allí me encontré con Robert, Jon e Iñigo, seguí para Plaza de Mulas y quedamos para vernos. Tomé impulso y casi corría cuesta abajo. Miré el campamento desde arriba cuando aún las carpas se veían chiquitas, aceleré más, pensé que debía encontrarme con Jorge, que papelón, las cosas que le había dicho. Caminé por la calle del medio del campamento y al llegar a la carpa comedor de Andesport estaban afuera las mochilas de Daniel y Pampero Pizarro, los vi y les pregunté a donde se están yendo? A buscarte a vos guevón respondieron como un coro. Me dijeron que desistieron cuando un guía les había dicho por radio que me había visto vivito y coleando. Nos abrazamos y Daniel me dijo que desde ese momento me consideraba un verdadero alpinista, se lo agradecí y le dije que sus datos me habían servido mucho. Entré a la carpa, Jorge comía galletitas y nos cruzamos miradas llenas de desprecio, salí, miré las nubes que formaban extraños sortilegios en la cumbre del Cuerno y otras que se arrastraban por la ladera colorada de Aconcagua como subiendo a Nido de Cóndores y salí buscabdo escapar del inexorable encuentro. Después todo fue fiesta y descontrol, si, celebramos hasta que se termino todo lo que nos separase del estado normal y terrenal. Así fue ese día que hoy recuerdo con tanta nostalgia, saudades como dice mi amigo Alejandro Cinquegrani, saudades que es recuerdo sin implicar tristeza.